
José Manuel Azcona
Sábado, 19 de agosto de 2023
Tiempo de lectura: 7 minutos
Muchas interpretaciones historicistas sobre la Hispanidad, que leo como sustantivas y reiteradas hasta el infinito, de la supuesta nefasta acción española en América, no se corresponden con la realidad ni con los hechos por mí estudiados. Observo un perverso “efecto extranjero” ensalzando la acción de los otros (ingleses, franceses, holandeses) y minimizando o anulando los logros civilizatorios de la Hispanidad.
El carácter autodestructivo de la cultura española ha pasado al estudio de la historia entendiéndose como posmoderno acotar nuestros supuestos errores -siempre funestos- frente al éxito y la gloria de las naciones citadas.
Muchas de estas interpretaciones partidistas vienen de Inglaterra que, desde su óptica metafísica protestante, utilizará la falsedad histórica y la exageración para derrumbar la obra de la Hispanidad en América desde el siglo XVI. Como no pudieron conseguir arrebatar a la Corona española sus Reinos de Indias, ni sus riquezas del Nuevo Mundo, pese a sus reiterados intentos siempre fallidos, impulsaron la Leyenda Negra.
Ya lo dijo el ministro nazi de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels: una mentira mil veces repetida se transforma en verdad universal. El cine, la literatura y los medios masivos de difusión histórica han hecho el resto.
El esquema resultó sencillo: hacer ver al mundo desde la Monarquía británica y sus escritores y políticos que la Corona española y los españoles eran crueles, asesinos de indios, violadores de nativas americanas, ladrones de su oro, vagos y fanáticos religiosos liderados por una terrible Inquisición que se presentaba como una máquina de matar herejes.
Y, al ser la cultura y la economía de España «retrasadas», fue por eso por lo que los territorios americanos sufrieron terriblemente y no prosperaron.
Sin embargo, fue en las colonias inglesas americanas, asiáticas y africanas, donde se aplicó genocidio institucional, y no en las de España en América.
Muchos no saben que La Monarquía Hispánica siempre defendió la legalidad internacional. Nunca arrasó, quemó ni robó posesiones reconocidas a otras naciones. Francia, Inglaterra y Holanda lo hicieron constantemente con abuso de poder, asesinato, latrocinio y violación.
En las incursiones asesinas de estos países, los indios americanos luchaban con los españoles en la mayor parte de las ocasiones.
Las tesis protestantes recogidas por una parte de la historiografía anglosajona y latina se basan en la elucubración político-religiosa emanada de los gobiernos británicos, holandeses y franceses del siglo XVI al XVIII.
Hablamos de discursos políticos que se producían mientras en Europa morían cien mil personas víctimas de la intolerancia religiosa.
Sin olvidarnos que la Corona inglesa daba categoría nobiliar a piratas y corsarios criminales y violadores.
El profesor Tate Lanning, afirmó que el exagerado concepto de superioridad que tienen los ingleses, sus aptitudes comerciales y la aversión contra la Hispanidad, fueron fuentes de la propaganda activa contra España.
Sin embargo, esa propaganda no impidió que nuestro país fuese el agente más poderoso para transferir instituciones europeas al Nuevo Mundo, que se manifestaba a través de la educación, literatura, pintura, escultura, música y drama fue la cultura de Europa misma.
Desde Inglaterra, Holanda, Francia, Estados Unidos y varios países de Hispanoamérica se ha intentado borrar, por determinados estudiosos, la historia de España. Han intentado, y lo hacen hoy en día, surmontarla, como si no existiera.
Por el contrario, se ensalza hasta el infinito su propio pasado glorioso (etno-historia) y sobre todo la grandeza de los pueblos prehispánicos (real o imaginaria), a los que se compara habitualmente en su grado de avance social con la antigua Roma.
Esta visión autodestructiva de nuestra historia ya adquirió categoría mayor con las interpretaciones que del pasado español realizó la Generación Literaria de 1898, así como las de 1914 y 1927. Sus notables escritores, reconvertidos en nefastos historiadores, introdujeron el concepto de decadencia y retraso de la Hispanidad de forma continua, idea que traspasó sus escritos y se adhirió a la convivencia y conciencia social española para surmontar, incluso, fronteras.
En la actualidad, los planes educativos que se imparten en la América española presentan la conquista y el periodo virreinal como un trauma para el continente.
Hay una verdadera insistencia en estudiar solamente el proceso de independencia y las etapas posteriores que dejan de lado tres siglos de acertada política virreinal con hitos bien significativos de progreso social.
Marcelo Gullo sostiene, no obstante, que hasta 1992, con la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América – Encuentro de Dos Mundos, los libros eran bastante ecuánimes sobre la conquista y colonización española de América. Ahora se mira con ojos de odio lo que antes se veía como una guerra familiar.
Este mismo autor sostiene que en determinados países de Iberoamérica, como es el caso de la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, de Evo Morales en Bolivia, de Andrés López Obrador en México, de Lula da Silva en Brasil o de Cristina Fernández en Argentina, han encarnado movimientos rupturistas con la historia, abrazando tesis aparentemente indigenistas.
Todo ello con la finalidad de cargar las culpas al Imperio español de todo lo malo que había sucedido en el continente americano, no solo en el periodo colonial sino en el republicano, a partir de 1810 y hasta hoy.
Es un indigenismo de salón, sustenta Marcelo Gullo, una falsificación ideológica por parte de grupos políticos y de presión económica que no tienen verdadera intención de mejorar de facto la situación de los indígenas hoy en día en Iberoamérica y aún menos en Norteamérica.
Es más, no son pocos los colectivos de amerindios que solicitan el rescate de leyes anteriores al periodo republicano, sin saber -en ocasiones- que fueron promulgadas por la Monarquía Hispánica.
Porque la manipulación y la enseñanza sesgada de la historia deja a las sociedades sin raíces, sin cultura propia, al albur de la invención de la tradición.
De esta manera, a la conquista de América se la define como invasión de los pueblos del Abya Yala, nombre supuesto para definir al continente americano en el relato oficial indigenista.
Por supuesto, a los nativos se les ubica en una sociedad perfecta, próxima al paraíso terrenal donde todo fluía en paz y armonía en el mejor y más feliz de los mundos. Nunca se cita la extrema violencia de aquellas sociedades ni el amor por la ingesta de carne humana que profesaban.
Estos movimientos indigenistas son minoritarios, pero han logrado ostentar la hegemonía cultural porque juegan con la desinformación de la amplia sociedad civil y también porque hay pocos estudiosos, pocos científicos que se atreven a desafiar su discurso totalitario, arrollador, pues las consecuencias para quien lo hace suelen ser funestas. Su poder solo viene de la desinformación y del silencio.
La leyenda negra iniciada por las naciones enemigas de España en el siglo XVI (Holanda, Inglaterra, Francia, Venecia) conduce irremediablemente al indigenismo fundamentalista. Será en 1934 cuando los partidos comunistas de Iberoamérica adopten la esencia ideológica de la Leyenda Negra.
Los comunistas sabían que la Leyenda Negra podía ser un recurso ideal para desestabilizar el patio trasero de Estados Unidos y de Occidente, en general.
Es un proceso interesante porque se generó un combate cultural entre ellos y una corriente importante de hispanistas que se les opusieron. Lo que pasa es que la balanza se terminó de decantar en los años ochenta, cuando se comenzó a trabajar para conmemorar los quinientos años del descubrimiento.
Desde entonces, la ola en contra de la Hispanidad ha ido adquiriendo una fuerza que no había tenido nunca, constituyéndose la hispanofobia en un pilar del progresismo.
El hecho del descubrimiento de América representó para la Monarquía Hispánica una gran empresa política, cultural, religiosa y económica que condujo a una notable acción de progreso social.
La legislación de Indias es la obra jurídica que solamente tiene parangón con la realizada por Roma en la Antigüedad, y la Corona española tuvo por los Reinos de Indias la misma preocupación que por los reinos peninsulares.
O más. Tal es así que, a comienzos del siglo XIX, en vísperas de la independencia de los territorios americanos el Producto Interior Bruto en el Virreinato de la Nueva España era, en 1823, superior al del Reino de Castilla y León, pero también al de Aragón que componía el ámbito territorial peninsular de la Monarquía Hispánica, y a todos los países europeos.
Los factores locales modeladores del hombre americano hicieron de este un súbdito patrimonial, consciente de que pertenecía al ámbito de la Monarquía Hispánica.